(Texto y collages publicados el 20 de Abril)
Es casi Mayo del año 2020, la pandemia hace temblar a todo el mundo y ya se vislumbran los colapsos. Primero cae el sistema sanitario, el mortuorio, el económico, el laboral y así, lo que le sigue y en picada. Nuestros días se comparan con los de la Gran Depresión, hace un centenar de años atrás, recordada globalmente como una catástrofe social a punta de pistola.
Paradójicamente la industria armamentista era el origen, pero también la solución de tal tragedia, al menos para los países imperialistas que con la explotación de la materia prima y la fuerza laboral en sus colonias no era suficiente. La guerra es el negocio de la destrucción para saciar la codicia, el deseo de poder y mantener el status quo. Y así lo vimos, las guerras mundiales y sus gobiernos fascistas explotando todo lo que tenía vida para meterlo en sus bolsillos y la muerte al vertedero.
Una historia que nos persigue, que nos carcome y que nos mata. La biopolítica de los cuerpos que valen y los que son desechables. No hay tregua aunque el planeta está agotado o vivamos una pandemia, al contrario, la falta de recursos recrudece más la violencia porque en el capitalismo privilegia el valor de cambio y no el de uso, por lo que todos los servicios públicos quedan a merced del mercado.
¿Enemigo invisible? El virus no es visible a la vista, pero sí quienes a través de la historia han y siguen explotando, quemando, violando y matando para tener más y más y más. No sólo son los desastres naturales, la crisis climática y la crisis migratoria los efectos de una nacropolítica, sino las guerras que hoy sigue en algunos países cuando otros les atacan con bombas y ejércitos. Pero, claro, ¿si no, cómo seguiría favoreciendo a occidente el negocio de las armas?
Hoy en día en Libia siguen las detonaciones, porque si algo no puede parar en este mundo destructor es la guerra. Las y los habitantes no paran de implorar el cese, tienen miedo a que de pronto la vida termine en una explosión con pólvora. Y por si esto fuera poco, en muchos casos la ahora requerida distancia social es imposible de cumplir cuando migrar es la única opción. Cuando están sujetxs o expuestxs a la explotación criminal y patriarcal. Esclavitud en nuestro "moderno" siglo XXI y la pandemia del feminicidio.
Del mismo modo, la gente de Yemen, Irak, Siria, Sudán del Sur, Somalia y Afganistán, ante la violencia y temor a la muerte, huyen en miras de un lugar que al menos le dé la opción de sobrevivir. Huir del terror y de las tierras que les han succionado la vida. Pero lo que se encuentran son con las macanas neofascistas y los discursos vacíos de la UE.
Ya ni hablar de la mayoría de países en África, sujetos a la rapiña sistemática del agua limpia y de sus tierras para cultivar. O de los países en Latinoamérica que también cargan una historia de explotación y esclavitud, desde los tiempos de la conquista, la industrialización y ahora el neoliberalismo. Ante la pandemia, pueblos originarios están expuestos a la desaparición, y la mayoría de la población sufre la precarización del trabajo informal, los sistemas de sanidad, de educación y vivienda.
Mientras tanto, en el mundo los países explotadores, siguen, por supuesto lavándose las manos cuando empujan los golpes de Estado, los pagos a bancos, el endeudamiento externo y la compra malbaratada de materia prima. Ellos, siguen sus modos, siguen con la piratería, exigen la condonación de impuestos y planes de rescate para las empresas.
Lo de siempre, pero ahora en medio de una pandemia que dejará números de desempleo nunca antes vistos. Las mujeres son las más vulnerables cuando sólo algunas pueden desempeñarse en el ámbito laboral con condiciones muy por debajo de las que reciben los hombres. Las labores del cuidado, las más menospreciadas por que procura la vida, siguen a cargo de las mujeres sin ser reconocidas, ni recompensadas. El confinamiento marginaliza aún más cuando lo viven encerradas con sus perpetradores.
Ellas, y su trabajo invisible, para seguir produciendo sin pagar un décimo. Para sostener el sistema económico capitalista. Ellos, los del poder, los del dinero, los que en nombre del capital explotan, torturan y matan. Un mundo de hombres en el que los cuerpos de las mujeres son los más expuestos y violentados. El año pasado los gritos contra la cultura de la violación se escucharon en Chile, recorrieron toda América Latina y retumbaron en el mundo, cruzando por Rojava y la India. El patriarcado de occidente es el colonizador, el que con la iglesia normalizó la violencia y la explotación hacia los cuerpos indígenas, y aún más hacia los cuerpos feminizados.
La explotación de sus cuerpos brinda valores de cambio que no sólo produce dinero sino una cultura de dominación masculina y de odio hacia nosotras. Nos tratan como a la tierra, triturándonos desde nuestro sexo, culo y pecho, hasta mutilarnos las manos, los pies y la cabeza.
¿De quién y para quién es este mundo? Me pregunto siempre.
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